27 May Comentario del Evangelio de la Santísima Trinidad
Hoy, la Liturgia nos invita a contemplar el misterio de la SANTÍSIMA TRINIDAD, dogma de nuestra fe, difícil de comprender y que sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo, en una comunidad de personas., pues Dios es RELACIÓN y COMUNIDAD.
Voltaire decía: “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y el hombre le ha pagado con la misma moneda». Sin duda alguna quería decir que, cuando intentamos expresar quién es Dios, caemos muy fácilmente en la tentación de hacernos un Dios a imagen y semejanza nuestra, con el riesgo de construirnos un Dios a nuestra medida, una especie de Dios domesticado que responde casi exclusivamente a nuestras categorías humanas.
Afortunadamente, el Dios de Jesucristo no es así y el Dios de los Cristianos tampoco. Más aún, como nuestras categorías humanas son tan estrechas y reducidas, toda vez que intentamos “comprender» a Dios, muchas veces recurrimos a esas imágenes de la infancia , cuando en nuestra religión primaba el TEMOR… más que el AMOR…, la LEJANÍA de Dios más que su CERCANÍA con entrañas de MISERICORDIA y PERDÓN. Y es que el Dios que nos ha revelado Jesús es un Dios que rezuma amor, comprensión y cercanía.
Hablar entonces de la Trinidad es afirmar que Dios es un misterio que nos desborda, siempre mayor que nuestros conceptos. El Dios en quien tú y yo creemos, es la respuesta última a los interrogantes y enigmas de nuestra vida, que tantas veces nos parece absurda y sin sentido; es el Dios, a quien hemos ido buscando, a veces con angustia, desde que un día fuimos engendrados por puro amor y ante el que tenemos que reconocer nuestra condición de criaturas y servidores, aunque le podamos percibir también tan cercano como Padre. Si hay algo real es que Dios es más que toda imágen con la que intentemos representarlo. Desborda toda realidad.
La Trinidad es básicamente un misterio de AMOR: El amor del Padre desbordado en Jesús, su rostro humano más visible y próximo a nosotros, que fundidos en un amor entrañable nos regalan su Espíritu para que acompañe nuestros pasos por los senderos de la vida ayudándonos a descubrir que, como creyentes, somos seres «habitados» y por tanto jamás caminando en solitario.