Comentario del Evangelio de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo | Parroquia San Eloy
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04 Jun Comentario del Evangelio de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Celebrar la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo es recordarnos que Cristo ha donado su vida en la cruz por nuestra salvación. Se ha entregado por nosotros para que seamos salvos. Y la eucaristía es precisamente el memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Con ella revivimos el acontecimiento pascual, el momento en que Cristo entregado a sí mismo como cordero inmaculado sella la Nueva Alianza y cancela la deuda que el hombre había adquirido a causa del pecado.
Por eso, el evangelio de este año nos devuelve a la última cena en la versión de Marcos, al mismo tiempo que la primera lectura nos recuerda la alianza del Sinaí con Moisés. Sólo que ahora la Sangre que se derrama sobre el pueblo es la Santísima Sangre de Cristo. Ese es el precio de nuestra libertad.
Celebrar la eucaristía es por tanto reavivar y renovar cada día la gran alianza que Cristo sella con su Cuerpo y con su Sangre de una vez para siempre. Y contemplar la eucaristía, es decir, su Cuerpo en la custodia, es contemplar el amor inmenso que Dios nos ha tenido. Por eso hoy también celebramos el día de la Caridad. Nadie ha tenido mayor amor por sus amigos que Cristo, que nos ha amado “hasta el extremo”.

Comulgar con su Cuerpo nos obliga a tratar de vivir entregados por los demás como Él se entrega por nosotros.

Escuchar las palabras de la consagración nos recuerda el inmenso amor que nos ha tenido. Es como si nos dijera: “Yo me he entregado así por ti”. Y al mismo tiempo nos interpela con una pregunta: “Y tú…, ¿qué vas a hacer por mí?”. Sólo cabe una respuesta si verdaderamente experimentamos ese amor eucarístico de Cristo: “Yo también quiero amarte así”. Pero lo cierto es que a Él no podremos amarle jamás con la misma medida, por eso nos permite devolverle el amor entregándonos de igual modo que él por nuestro prójimo. Entonces sí podemos llegar a amar hasta el extremo como Jesús.

La cena del Señor con sus discípulos anticipa lo que va a suceder en el Calvario al mismo tiempo que nos deja en ella el sacramento de nuestra salvación, la eucaristía, convirtiendo el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre Santísimos. Por eso alimentarse de la eucaristía es recibir la gracia de irnos transformando en Él. La Iglesia hace la eucaristía, pero la eucaristía hace la Iglesia. Cada vez que celebramos el misterio eucarístico Dios va construyendo la Iglesia solidificando el edificio de piedras vivas con el don de la Caridad, ya que por la comunión con su Cuerpo nos vamos “cristificando”. En la eucaristía, la Iglesia encuentra su centro, su fuerza, su alimento, y su vida. Todo lo que hace la Iglesia, las distintas oraciones, sus grupos y reuniones, la caridad que ejecuta a través de Cáritas y las distintas obras sociales,… Todo, absolutamente todo, debiera estar intrínsecamente unido a la eucaristía, ya que sólo así edifica la Iglesia. Separar la celebración eucarística del resto de la vida eclesial es desligar la actividad eclesial de la gracia que la sustenta, es convertir la pastoral en sarmiento separado de la vid destinado a secarse y no dar fruto. La eucaristía debe ser el centro de todo lo que se realiza de la Iglesia, su principio y su fin, su arranque y su destino.

Por eso, un día como hoy sólo nos queda exclamar con gozo: “ Canta, oh lengua, el glorioso misterio del Cuerpo y de la Sangre preciosa que el Rey de las naciones, fruto de un vientre generoso derramó en rescate del mundo”.