18 Jun Comentario del Evangelio del XII Domingo del Tiempo Ordinario: «Vamos a la otra orilla»
El evangelio de este domingo comienza con una invitación de Jesús: «Vamos a la otra orilla». Jesús ha venido a predicar el evangelio y anunciar la buena noticia a todos los hombres. Podría quedarse agusto donde estaba y sin embargo decide partir. En el fondo es una invitación a no estancarnos, a salir de nuestra zona de confort, a dejarnos a transformar por él. Los cambios en general nos dan miedo. Queremos tenerlo todo atado y bien atado. Ir a la otra orilla es dejar a un lado nuestras endebles seguridades y poner toda nuestra confianza en el Señor.
Y esto se pone de manifiesto en este pasaje de la tempestad calmada. Jesús duerme tranquilamente mientras la barca parece que va a zozobrar. ¿Dónde estás, Señor, cuándo vemos morir a tanta gente a causa de la pandemia, por ejemplo? ¿Donde estás en medio de tantos lugares en guerra o en conflicto? ¿Dónde estás cuando la barca de la Iglesia parece irse a pique a causa de la tormenta de la corrupción de sus pastores, de la pederastia? ¿Sigues dormido como si nada? Podemos pensar que no le importa nada el sufrimiento de los hombres… Pero no es así porque él mismo asumirá el sufrimiento humano. El mal, el padecimiento del justo y del injusto, es algo que está ahí desde que el hombre pecó. Misteriosamente Dios lo permite y por eso, ante el enfado de Job en la primera lectura Dios pone al hombre en su sitio… Que a Dios le importa el hombre es una realidad, que le importa su sufrimiento hasta el punto de sufrir con él haciéndose hombre es otra realidad, pero también es bien cierto que Dios saca bien del sufrimiento del hombre haciéndolo mejor. El misterio del mal apunta a un misterio mayor: el de Dios, el de su salvación. Se hace más patente su rescate.
Por eso cuando Jesús increpa a la tormenta y la calma el asombro es enorme en sus acompañantes: «¿Quién es éste?»
La respuesta de Jesús también pone de manifiesto la inseguridad y el miedo de sus discípulos: «¿Por qué sois tan cobardes?» La fe es la confianza en el Señor, es ponerse en sus manos, es una confianza firme en él. Por eso, la salvación se hace patente y se manifiesta durante esta vida en dos aspectos: la libertad y la seguridad ante la adversidad. La fe nos hace más libres pero también nos afirma en nuestra vida, disipa nuestros miedos, dándonos una seguridad, un punto de apoyo inamovible: la roca firme que es Jesucristo. Por eso, apoyados en él no podemos temer a nada: ni a la tempestad, ni al sufrimiento, ni a la muerte… Porque Dios por medio de Jesucristo nos ha salvado de todas las tempestades que hacen peligrar nuestra vida…