24 Jun Comentario del Evangelio del XIII Domingo del Tiempo Ordinario: «Cristo es nuestra salud»
En el evangelio que nos ofrece la liturgia esta semana nos encontramos con dos milagros en un relato que los biblistas llaman de tipo «sándwich» ya que comienza la narración del primer suceso, entre medias sucede la segunda acción y finalmente se cierra el pasaje con la continuación del primero. Y son dos los milagros que hace Jesús: la resurrección de la hija de Jairo y la curación de la hemorroísa.
Comencemos por esta mujer que llevaba doce años enferma de flujos de sangre. Esto era terrible para una mujer judía ya que debido a eso quedaba impura y no podía participar del culto judío. Había agotado todo lo posible a nivel humano te doy a médicos que no habían dado con el remedio para su padecimiento. Un padecimiento que no sólo era físico sino moral, espiritual. En el fondo nos recuerda que en el ser humano hay una unidad entre lo corporal y lo espiritual. Yo soy mi cuerpo y por tanto lo que afecte a mi cuerpo me afectará anímicamente. La fe cristiana promueve el cuidado tanto del cuerpo como del alma pero sin que ninguno de estos, ni el cuerpo ni el alma se conviertan en ídolos. El culto al cuerpo es una idolatría en la que caen muchos buscando tener siempre una buena imagen o llevando el cuidado de la salud al absoluto. Entre el cuidado del cuerpo y el cuidado de la salud hay una frontera difícil de distinguir. Cuidar el cuerpo es también cuidar el alma porque no existe disociación entre uno y la otra. Por desgracia, ha habido y hay muchos cristianos que sienten un desprecio por el cuerpo sublimando el alma, cayendo en una idolatría del alma. La carne humana está llamada a contener la gloria de Dios y es la carne la que se desposa con el Espíritu. La búsqueda del bienestar anímico también puede llevar a una idolatría del alma. Hoy se ha puesto de moda el «mindfulness», diversas técnicas que solo buscan el bienestar anímico y emocional. Cuando eso se convierte en un absoluto también idolatro el alma. Sin embargo, es real el dicho mens sana in corpore sano. Cuidar cuerpo y espíritu equilibradamente sabiendo afrontar las realidades de la vida y reconociendo a un único Señor que es el que puede traer la verdadera salud al cuerpo y la paz y el equilibrio al alma.
La resurrección de la hija de Jairo pone esto de manifiesto. Delata a aquel que es el Señor de la Vida, el que da la salud.
En este tiempo de pandemia hemos hablado mucho de la salud. La salud corporal es un anticipo de la salud eterna que recibirá el cuerpo. La Iglesia siempre se ha preocupado de esto y han sido numerosos los carismas que se han preocupado por el cuidado de la salud y por fomentar la medicina. Si a Cristo no le importara el cuerpo, ¿para qué curar tantos enfermos? ¿Por qué resucitar a los muertos? El cristiano debe promover y cuidar la salud temporal pero no perdiendo de vista la salud eterna que recibe sólo de aquel que la puede dar. En ese sentido la medicina y las prácticas de la salud tienen unos límites éticos que no pueden ser traspasados. El fin no justifica los medios. Entre otras cosas porque para el cristiano la salud temporal no el fin último sino un valor importante en vías de ese fin último que es la «Salus carnis», la salvación del hombre completo, en cuerpo y alma, que sucederá cuando vuelva Cristo y nos levante a todos del sepulcro.
Por eso esta secuencia de milagros nos recuerda que efectivamente la salud temporal es importante y por eso Jesús cura las hemorragias de la mujer y al mismo tiempo la libera espiritualmente para volver a participar del culto, pero la resurrección de la hija de Jairo nos recuerda que esta vida tiene un límite y que todos acabaremos pasando por la muerte, pero que esa muerte, como anticipa está resurrección no tiene la última palabra sobre nosotros sino que la tiene el Señor de la Vida. Por eso unos se curan, otros enferman y mueren, pero todos estamos llamados a vivir para siempre