23 Mar Domingo de Ramos y Triduo Pascual
La semana santa comienza con el Domingo de Ramos, con la entrada de Jesús en Jerusalén, como anunció el profeta Zacarías: “¡Salta de gozo Sión; alégrate Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna” (Za 9,9). A su encuentro salió la multitud con ramos de gritando: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Mt 21, 9). Los ramos, que muchas veces son conservados en casa, balcones…, recuerdan la victoria de Cristo; no han de conservarse como amuletos. Será proclamada la Pasión.
El tiempo de cuaresma dura desde el Miércoles de Ceniza, hasta que comienza el “Triduo Pascual”, que va desde de la mesa vespertina del Jueves Santo “en la cena del Señor” hasta las vísperas del Domingo de Resurrección. En este periodo de tiempo la Iglesia celebra los grandes misterios de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor, el misterio de la pascua, que significa “paso” de la muerte y la esclavitud a la vida, prefigurada ya en el Éxodo al salvar al pueblo de Israel de los egipcios, con el “paso” del mar Rojo (Ex 14).
En la misa vespertina del Jueves Santo la vestidura litúrgica del sacerdote es blanca. Es el día de la institución de la eucaristía y el orden sacerdotal, el día del amor fraterno, puesto de manifiesto en el lavatorio de los pies, que este año omitiremos por decreto de nuestro arzobispo Don Carlos, por la situación de la pandemia. Tras la comunión se hace la procesión con el Santísimo Sacramento al monumento. Allí se conservará el Cuerpo de Cristo para la comunión del día siguiente. Esa noche podremos acompañar en la hora santa al Señor en Getsemaní.
Durante el Viernes Santo hay que observar el ayuno y la abstinencia, y se recomienda que se continúe en el sábado santo, ya que el Esposo ha sido arrebatado (Mc 2, 19-20). Se encarece la celebración en común del oficio de lectura y laudes de la mañana de estos dos días, llamado desde antiguo “oficio de tinieblas”. El mismo viernes por la mañana tendremos un vía crucis parroquial, para acompañar al Señor en el camino de la cruz.
La Iglesia, en el Viernes Santo, siguiendo una antiquísima tradición, no celebra la eucaristía; no hay consagración en la celebración de la pasión del Señor. El color de las vestiduras litúrgicas es el rojo. Este día el sacerdote y los ministros se postran rostro en tierra frente al altar al inicio de la celebración, como signo de humillación, tristeza y dolor de la Iglesia. En la liturgia de la palabra podremos contemplar la pasión según San Juan. A la oración universal, que viene a continuación, se le añadirá la intención “por los que sufren en tiempo de pandemia”. La amplitud de intenciones de la oración universal expresan el valor universal de la pasión de Cristo por la salvación de todo el mundo. Este año, debido a la pandemia, la adoración al árbol de la salvación se hará por medio de una genuflexión o inclinación profunda cuando la cruz sea mostrada, cada uno sin moverse de su lugar, evitándose así la procesión hacia ella. Tras la comunión, reservada en el monumento el día anterior, se reservará ahora en otro lugar, fuera del templo.
Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión, muerte, descenso a los infiernos, y esperando en oración y ayuno su resurrección. Hoy la Iglesia se abstiene del sacrificio de la misa; los únicos sacramentos que se permiten este día son la penitencia y la unción de los enfermos.
Este icono de “La Anástasis” (Aναστασις), representa el descenso de Cristo a los infiernos y nos muestra gráficamente lo que la Iglesia celebra en este día. En él se muestra como Cristo sobre la cruz, las puertas destruidas del infierno, desciende al abismo para rescatar a Adán y Eva a los cuales coge de las muñecas. El coger de las muñecas tiene su significado; cuando uno coge de la mano a alguien indica que se hace un pacto, pero el coger de la muñeca indica la desigualdad en la alianza. Adán y Eva no podían salvarse por ellos mismos, eso sólo es un don que se puede recibir. No es una cuestión de méritos, sino de ser humildes para dejarse salvar. A su vez se muestra como el demonio maniatado ha perdido la partida: ¡La victoria es de nuestro Dios! El Señor dice: “No temas; yo (Cristo) soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo” (Ap1, 17b-18).
La Vigilia Pascual, como dirá San Agustín, ha de considerarse como la madre de todas las santas vigilias. El color de las vestiduras litúrgicas será el blanco. Es una noche en vela para conmemorar la resurrección del Señor. Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio (Lc 12, 35-48), deben asemejarse a los criados que esperan a su Señor con las lámparas encendidas, para que cuando llegue los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa. La vigilia en la cual los hebreos esperaron el tránsito del Señor (Éx 12) para liberarlos de la esclavitud del faraón era figura de la pascua auténtica de Cristo, paso de la muerte a la vida: rotas las cadenas de la muerte, asciende victorioso del abismo. Esta vigilia es también espera de la segunda venida del Señor. La celebración consta de varias partes:
- Lucernario: bendición del fuego, procesión y pregón pascual, magnífico poema lírico que presenta el Misterio pascual en el conjunto de la economía de la salvación.
- Liturgia de la Palabra: la Iglesia proclama y medita las maravillas que Dios ha hecho en favor de su pueblo.
- Liturgia bautismal: por los sacramentos de la iniciación cristiana los nuevos discípulos de Cristo se comprometen a seguirle con fidelidad. La Iglesia renueva su compromiso bautismal, muerte y resurrección en Cristo.
- Liturgia eucarística: es la eucaristía más importante de todo el año litúrgico.