19 Dic Mensaje de Navidad
Queridos amigos:
Se acerca ya la fiesta de Navidad y andamos ya con los preparativos habituales de estas fechas. Brotan los buenos deseos, nos acordamos de los ausentes, celebramos con los presentes y es cierto que son días en los que el corazón se ablanda y se esponja. Pero más allá de los buenos sentimientos os invito a entrar en el misterio de Belén.
En Belén comienza todo. La imagen de la Navidad del Niño envuelto en pañales en una cueva no dista mucho de la del Calvario. Belén pone de manifiesto la fragilidad de la carne que asume nuestro Dios. Mirar la pequeñez del Niño Dios es mirar nuestra pequeñez y nuestra pobreza. Por eso San Francisco de Asís, tan amigo de la Pasión de Nuestro Señor, también lo era de Belén y por eso impulsó que se pusieran los nacimientos que hoy inundan nuestras casas, iglesias y espacios públicos.
San Francisco sabía muy bien que la cruz es difícil de digerir. Es la pobreza de la humanidad totalmente desnudez. Y por eso huimos continuamente de ella. Pero Belén también es la cruz dulcificada en la carne del Niño Pequeño. Acudir a Belén es mirarnos en el espejo de la mirada de Dios. Contemplar nuestra pobreza, nuestros límites, nuestros pecados, nuestras miserias pero a través de los ojos de un niño pequeño. Mirar al Crucificado nos cuesta. Mirar al Niño del Pesebre nos es más fácil. ¿Qué puede hacernos un Niño Pequeño? Jesús adulto puede asustarnos pero Jesús niño no nos da miedo.
Por eso en Belén comienza todo y también nuestro camino de salvación. Junto al Pesebre os invito a que pongamos este año toda nuestra pequeñez, nuestros límites, nuestras pobreza, nuestros pecados, nuestras heridas,… Dios viene a salvarnos de ellas. Allí comienza todo. Él nos irá llevando poco a poco desde Belén hasta el Calvario donde su gracia lo transfigura todo. Por eso, quien acude a Belén de verdad y se postra ante el Niño Pequeño no puede volver por el mismo camino; como los Magos de Oriente toca regresar a nuestras vidas por otro camino, con otro talante, con otra perspectiva.
Los caminos nuevos siempre nos asustan. Y no siempre son fáciles. Los cambios siempre nos cuestan, pero esos cambios son una oportunidad que Dios nos da para ensanchar el corazón y sobre todo para fiarnos más de Él. Sólo en Él y en nadie más podemos poner toda nuestra confianza. Mejor fiarse del Señor que fiarse de los hombres, mejor refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes, reza el salmo 117. Cuando hay cambios, nuestras seguridades en las que nos habíamos apoyado se tambalean y muchas veces se hunden. Los cambios nos devuelven a nuestra pobreza, a nuestra pequeñez, a descubrir la necesidad absoluta que tenemos de Dios. Belén es la entrada a la incertidumbre absoluta: incertidumbre de si el esposo aceptará quedarse embarazada del Espíritu, incertidumbre de salir de Nazaret camino de Belén, incertidumbre de no saber si habrá posada, de si el Niño tendrá un lugar donde rechinar la cabeza cuando nazca, de si Herodes acabará con él,… Incertidumbre absoluta, confianza absoluta en el Señor.
Contemplemos Belén para que cuando la vida se nos vuelva incierta por lo que sea sigamos adelante más allá de nuestros temores porque confiamos en el Señor, y sólo en Él.
Que tengáis una feliz Navidad y que la cueva de Belén sea también un nuevo comienzo, un volver por otro camino confiando sólo en el Señor y con su mirada inocente clavada en nuestra memoria.